El Padre McGivney fue asignado como vicario (asistente) de la iglesia de St. Mary, el primer párroco católico en la ajetreada ciudad portuaria de New Haven. Allí se enfrentó a los desafíos relacionados con la escasez de sacerdotes, la deuda de la parroquia, las enfermedades y la hostilidad hacia los católicos. La iglesia se convirtió en un pararrayos de la burla anticatólica, que expresó un titular del New York Times: “Cómo una avenida aristocrática se manchó con la construcción de una iglesia romana”. Ante dicha situación se enfrentó el Padre McGivney, que manejaba las relaciones con los no católicos con dignidad, a la vez que se esforzó por prevenir que la hostilidad de la cultura erosionara la fe de sus seguidores.
Buscado por su sabio consejo, y su papel decisivo en una serie de conversiones al catolicismo, el Padre McGivney tenía el don de tocar corazones y de conducir las almas a Dios.
En un importante caso que tuvo una gran cobertura de la prensa, atendió a James (Chip) Smith, un católico de 21 años que estaba condenado a muerte por disparar y matar a un oficial de policía estando ebrio. El Padre McGivney lo visitó todos los días para darle consejo, oración y misa en la cárcel de la ciudad durante varios meses. Esto tuvo un efecto profundo. El cambio de vida del joven fue tan notorio que los periódicos locales aplaudieron el apostolado del Padre McGivney.
Después de la misa en el día de la ejecución, la aflicción del padre fue muy profunda. Smith le reconfortó, diciendo: “Padre, sus santos ministerios me han permitido encontrarme con la muerte sin temor. No tema por mí, no me doblegaré ahora”. El Padre McGivney caminó con él hasta el final orando y bendiciéndole hasta llegar al andamiaje.
‘Un hombre del pueblo’
De corazón sacerdotal, acompañó a personas de todas las edades y condiciones de vida en su sufrimiento e incertidumbre, y encontró formas prácticas de satisfacer sus necesidades. Aunque su primera preocupación era siempre la fe de su rebaño, también estaba preocupado por cuestiones familiares, sociales, financieras, cívicas y sociales. Su comportamiento fuerte y sereno mostraba la ley y misericordia de Dios, y las personas se sentían atraídas naturalmente hacia su trato reservado pero amable. Con la intención de construir una parroquia dinámica para su rebaño trabajador y en gran parte pobre, organizó obras de teatro parroquiales, salidas y ferias, y revitalizó un grupo dedicado a la superación del alcoholismo dentro de su comunidad.
Según uno de sus contemporáneos, la vida del Padre McGivney “era un libro abierto, cuyas páginas todos podían leer, y la influencia que irradiaba de su personalidad activa, enérgica y celosa, llevó a muchos pobres vagabundos a la casa de Dios, de vuelta a la fe de su infancia, y al sagrado tribunal de la penitencia, en el que con fe, contrición y humildad, se reconcilió con su Padre Celestial. El padre McGivney era ante todo activo. Su energía era incansable, siempre buscando nuevas salidas, y con esta disposición estamos en deuda por la existencia de los Caballeros de Colón”.
En un artículo titulado “La personalidad del padre McGivney”, un compañero sacerdote describió su porte en términos casi místicos: “Era un ‘rostro de sacerdote’ y eso explica todo. Era un rostro de reposo maravilloso. No había nada duro en ese semblante, aunque estaba representada la fortaleza”. En una línea similar, un laico escribió que la voz firme y tranquilizadora del Padre McGivney atrajo incluso a algunos no católicos a la iglesia para escucharlo predicar.
Un hombre de visión estratégica, el padre McGivney trabajó estrechamente con los principales hombres católicos de la ciudad, a los que reunía en el sótano de la iglesia St. Mary para explorar la idea de una sociedad católica de beneficio fraternal. La nueva orden ayudaría a los hombres a mantener su fe, argumentaría que se puede ser tanto un buen católico como un buen ciudadano estadounidense y ayudaría financieramente a las familias que perdieran el proveedor de la familia para que permanezcan juntas, de manera que puedan encontrar un bienestar temporal y evitar una disolución que podría erosionar también su fe.
En las palabras de un párroco: “Era un hombre del pueblo. Era un entusiasta del bienestar del pueblo, y toda la amabilidad de su espíritu orgulloso se afirmó con más fuerza por su esfuerzo incesante de mejorar su condición”.
Al crear una próspera comunidad parroquial, cuando transfirieron al padre McGivney de la parroquia de St. Mary en New Haven para convertirse en párroco de la parroquia de St. Thomas en Thomaston, la pena entre sus feligreses fue palpable. Un periodista que cubrió su última misa en St. Mary describió la escena: “Al parecer, una congregación nunca se vio tan afectada por el discurso de despedida de un clérigo como la gran audiencia que llenó St. Mary ayer. Algunos de los presentes lloraban en voz alta y otros sollozaban con gran intensidad.”